Mostrando entradas con la etiqueta independencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta independencia. Mostrar todas las entradas

jueves, 14 de enero de 2016

El nacionalismo no puede ser de izquierda

El nacionalismo no puede ser de izquierda.

¿Cuántas veces habéis oído esta frase?

Tiene mil variantes:
- El nacionalismo no puede ser socialista.
- Un socialista/comunista/marxista no puede ser nacionalista.
- El nacionalismo es burgués.

Esta última frase es la que contiene la idea principal y la que ha servido de referente para crear toda una serie de prejuicios acerca de lo que es el nacionalismo.

Cuando hablamos de nacionalismo, al menos aquí en Andalucía, ¿qué nos viene a la mente? Si nos vamos a la calle y le preguntamos a cualquiera, lo primero que todos te responderán seguramente sea eso de los vascos y catalanes que no quieren ser españoles. Si los haces elaborar más, el que sea capaz (que por desgracia no son muchos), te hablará de Sabino Arana o de Jordi Pujol. Arana es conocido por sus postulados racistas y ultraconservadores, y a Pujol se le asocian ciertas actitudes xenófobas que, si bien pueden no ser del todo representativas de su ideología y política, desde luego son las que más han trascendido (sus declaraciones de 1958 hablando sobre los andaluces son convenientemente recordadas cada cierto tiempo por la prensa española para desacreditarlo, aunque podríamos hablar de ellas en otro momento porque dan para una reflexión aparte).

Para quien esté algo más leído, nacionalismo no solo es eso, sino que también lo asociará con los movimientos de ultraderecha de los años 20, 30 y 40. No en vano, Hitler, Mussolini y Franco encabezaban ideologías nacionalistas. De ultraderecha, pero fundamentadas en una idea de nación y por lo tanto nacionalistas.

En definitiva, todo esto nos lleva de nuevo a que el nacionalismo es burgués. Pero pasamos por alto algo: decimos que el nacionalismo es burgués porque la idea que tenemos de nacionalismo es, precisamente, el nacionalismo burgués. Ahora, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad dirigida y organizada por burgueses y para burgueses, no debería extrañarnos esto.

Y ahora me dirijo a la izquierda española no capitalista, quien es mayoritariamente la que asegura la frase con la que encabezo el artículo (y sus versiones). Todos tenemos muy claro que vivimos imbuidos de una ideología hegemónica burguesa en cuestiones como la economía o la política. De hecho se supone que nuestro objetivo es sustituir este sistema parlamentario partidista, netamente burgués, por una democracia directa, más representativa. Se supone que estamos en guardia frente a actitudes burguesas de la vida cotidiana y que no nos conformamos con los cuentos de «habéis vivido por encima de vuestras posibilidades» o «para salir de la crisis hace falta recordar». Todas esas patrañas burguesas no nos las tragamos.


Viñeta de Manel Fontdevila. Otro día hablamos sobre ella, porque da para mucho


Sin embargo, la de dejar que la burguesía nos cuente lo que es el nacionalismo, sí, esa estamos encantados de tragárnosla. Hemos partido de la premisa marxista de que los marxistas somos internacionalistas (que lo somos, por supuesto) y hemos dejado que la burguesía la interprete para repetirla nosotros como ovejas. El marxista no puede ser separatista porque el marxismo es internacionalista. En ese caso, ¿por qué no veo a todos esos marxistas exigiendo la unión inmediata de España con Portugal, Francia, Marruecos y todos los demás países del mundo? Si lo primero es el internacionalismo, vamos a empezar por ahí.

«El separatismo beneficia a la burguesía», otra «verdad» que solo lo es porque se ha repetido mil veces. A esto ya respondió Lenin, incluso:

Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico de los liquidadores!
Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución "práctica", mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los priviliegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de "ayudar" a la burguesía nacionalista de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad, es a los rusos ultrarreaccionarios. Ayuda, en realidad, al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los rusos.

En fin, que como explico, por supuesto que el nacionalismo puede ser de izquierda. Claro que, en ese caso, no tiene los mismos principios que el nacionalismo burgués. Y quizá el problema venga del uso del término, quizá deberíamos tener un término diferente para la ideología nacionalista de izquierda. Hay quien ha usado soberanismo, que no me parece mal, pero no soy ningún experto.

Nuestro nacionalismo es de izquierda, es socialista, porque no tiene una perspectiva interclasista. Reconoce la lucha de clases como motor de la historia. Pero, partiendo de un análisis materialista, dado que las condiciones sociales y económicas no son iguales en todos los lugares, el camino al socialismo no puede emprenderse en todos los lugares por igual. Un obrero no sufre las mismas circunstancias externas en Sevilla o en Lugo. Los nacionalistas de izquierda reconocemos esa singularidad cultural y obramos en consecuencia.

Esto no nos quita ni un ápice de internacionalismo. Tenemos en cuenta que un jornalero o un obrero en Cádiz es igual de esclavo que un jornalero o un obrero en Barcelona, en Faro o en cualquier pueblo del Congo, y que en última instancia tenemos que llegar a la liberación colectiva de todos. Pero la clase obrera de cada nación debe seguir sus propios pasos porque solo ellos podrán identificar cuáles hay que seguir.

Al fin y al cabo, para nosotros la nación no es un fin: es un medio. El fin es la desaparición de las clases sociales y finalmente de los estados. La nación solo es un instrumento que nos debe servir para llegar al fin.

sábado, 18 de enero de 2014

¿Juntos construiríamos un nuevo país?

(Ver el artículo original en valenciano pulsando aquí)

Todo lo que estoy viviendo en el País Valenciano, últimamente, me está haciendo aprender mucho de este país, de su sociedad y de sus maneras de hacer las cosas. Y, como ya he dicho alguna vez, me sorprende mucho la cantidad de semejanzas que encuentro entre el País Valenciano y mi país, Andalucía, a escala social.

El problema es que muchas de estas semejanzas son en sentido negativo. Compartimos más defectos de los que me gustaría.

Uno de los defectos que más me desagradan, tanto de mi tierra como del País Valenciano, socialmente, es el autoodio, del cual ya he hablado. Ese complejo de inferioridad que tantos andaluces y tantos valencianos tienen. Ese sentimiento que los lleva a hacerse los más españoles del mundo y esconderse detrás de un nacionalismo exacerbado y exclusivo, y a cerrar los ojos ante el pluralismo que, en realidad, existe dentro del Estado. Porque que exista pluralismo los identifica como lo que no quieren ser, como aquello de lo que se avergüenzan. Mejor que todos seamos lo mismo.

Esta manera de ser, este complejo de inferioridad, hace destruir la cultura autóctona por dos motivos. El interno, porque los de dentro no harán nada por conservarla; cuanto antes se diluya y desaparezca, mejor. Y el externo, porque los de fuera que lleguen, ni siquiera valorarán algo que los de dentro desprecian y quieren ocultar.

Esto me entristece de una manera exagerada. Y por eso, pasando ahora al tema de la independencia catalana, me emocionó el vídeo de la asociación Súmate que enlazo a continuación.



Bien, no voy a entrar a valorar los argumentos que utilizan en el vídeo. Pueden tener razón o pueden no tenerla. De eso se puede debatir un buen rato. Ahora, que esta asociación exista y esté haciendo tanto ruido, me gusta y me emociona. Súmate es una asociación de inmigrantes o hijos de inmigrantes, de nuevos catalanes (lamento la terminología racista, es para que se me entienda). Nuevos catalanes que, a pesar de no haber nacido o no tener las raíces en Cataluña, están a favor de su independencia. Gente que se siente identificada con el proyecto de un nuevo país y quiere colaborar.

Estos inmigrantes llegaron a Cataluña con necesidad y ganas de trabajar para sacar adelante su vida. Y encontraron que allí pudieron hacerlo y, por supuesto, se quedaron, tuvieron niños, se hicieron viejos. Ahora se sienten uno más, parte de una comunidad que los incluye a todos. ¿Y por qué? Porque los catalanes que se encontraron allí, cuando llegaron, defendían su tierra y no se avergonzaban. La querían, en definitiva. Y eso se les contagió, porque el amor se contagia. Así que ahora, los ataques a Cataluña son ataques a todos. A los que llevan siglos allí y a los que llevan años o meses.

Este hecho, por un lado, quita argumentos a todos aquellos que acusan a los catalanes de racistas y etnicistas; y, por otro lado, da muchas más posibilidades de éxito al proyecto común de nuevo Estado.

¿Creéis que una asociación como Súmate sería posible en el País Valenciano o en Andalucía?

Yo, desgraciadamente, creo que no, aunque me gustaría equivocarme. Desde chicos nos han enseñado que todo lo nuestro no sirve para nada. Si acaso, para pasarlo bien en casa cuando estamos de celebración. Ole, ole, qué bonita la Feria, qué bonita la Semana Santa. Valencians, tots a una veu, visca la mare de Déu. Pero Dios te libre de sacar la cultura fuera de casa, o la lengua. Hablar andaluz es hablar mal y es motivo de escarnio y ridiculización, así que mejor intenta quitarte el acento y que no se te note. No hables valenciano con un desconocido, es una falta de educación, y no queremos ofender a los de fuera, que hablan una lengua mejor y más útil. Ayer, en Twitter:


(Explico, la Generalitat niega que tenga previsto suprimir la enseñanza vehicular en valenciano en 151 colegios, y este señor dice que todas fuera, que menudo gasto inútil. Le respondo que si le parece inútil conocer la cultura valenciana ya tiene mucho en común con Alberto Fabra y el PP, y me responde lo que veis en grande).

Nuestras cosas no sirven para nada. Mejor nos abrazamos a toda esa imaginería española, que nos incluye a todos y que nos iguala... y que nos permite dejar de ser diferentes, porque nos da miedo ser nosotros mismos.

Por estos motivos, veo difícil que llegue a existir una asociación como Súmate, ni en Andalucía, ni en el País Valenciano. Pocos inmigrantes conseguirán querer a una tierra a la que tú mismo no quieres.

Por eso, ¿qué tal si empezamos a cambiar las cosas, a valorar nuestra cultura, y a contagiársela a los que nos rodean? Y no me refiero a los recién llegados, hay que empezar por los de aquí. Venga, que tenemos trabajo.

Enlace: Súmate

sábado, 14 de diciembre de 2013

Ignorancia y falta de respeto

Ahora que ya tenemos pregunta y día para la consulta catalana, se está volviendo a hablar mucho del tema. En concreto, un amigo mío, que no es catalán, puso en su estado de Facebook que con qué derecho se prohibía este ejercicio democrático. Y uno de los comentarios que respondieron a su estado decía lo siguiente:
Un comentario sencillamente deplorable. Falta de respeto y talante totalitario. Desde la ignorancia, claro. Pero este comentario me lleva a preguntarme ciertas cosas. Una, sobre todo. ¿Por qué?

¿Por qué hay que poner un muro 10 veces más grande que el de Berlín, sólo porque un colectivo geográfico pueda llegar a decidir que quiere organizarse en un Estado diferente e independiente? ¿Cuál es exactamente el problema? ¿Que no quieran ser españoles?

¿Por qué no querer ser español es un problema?

Tanto se ha incidido, tanto se nos ha enseñado durante años que ser diferente es malo, que ahora al que se quiere desmarcar de cualquier cosa, no sólo se lo margina, también se lo ataca.

Y por supuesto, no voy a entrar a valorar lo absurdo de sus (no-)argumentos, porque ya lo hice en un artículo reciente.

¿Tanto falla la educación, que no se consigue enseñar ni la tolerancia ni el respeto?

martes, 10 de septiembre de 2013

Las absurdas amenazas españolas ante la inminente independencia catalana

Si hay algo ridículo en este mundo, son los españolistas. Y no dudo que también habrá españolistas que piensen y razonen en sus argumentos y puedan discutir, pero la gran mayoría habla sólo por pasión nacionalista y eso les hace quedar en el ridículo más espantoso.

Podemos hacer una pequeña compilación de argumentos estúpidos de los españoles:

  • “La Constitución no lo permite”. Vale… conociendo como todos conocemos el talante español, ya sería una sorpresa que en la Constitución se hubiera contemplado la secesión de uno de los territorios del Estado. Cuando se hace una consulta popular limpia y pacífica, con un resultado claro, ya los simples principios democráticos obligan a aceptar lo que el pueblo ha elegido. Negarlo porque la Constitución no lo permite es como decirle a tu vecino que no puede mudarse a otro edificio porque cuando compró el piso, el contrato no decía nada sobre eso. Además, antes la Constitución no marcaba como prioridad el pago de la deuda pública, y la modificaron de tapadillo para incluir esa cláusula, perjudicial para todos nosotros, el pueblo. ¿Y ahora nos ponemos delicados? A tomar por culo la Constitución: no sólo está caduca, sino que sirve para que los políticos hagan con ella lo que quieran. Total, la gran mayoría de nosotros ni la hemos votado ni la queremos.
  • “Que se vayan, se morirán de hambre”. ¿En serio? Estamos hablando de una de las autonomías más productivas del Estado, una de las autonomías a la que más trabas le ponen para sobrevivir dentro del Estado, dado su déficit fiscal (que desaparecería con la independencia). ¿Realmente crees que morirán de hambre? Yo lo dudo mucho.
  • “Ya querrán volver”. Muy mal les tendrá que ir si quieren volver a un país tan mal hecho y con tan poco respecto por el que es diferente. Y me refiero al argumento anterior: dudo mucho que la independencia de Cataluña tenga un impacto negativo en su economía.
  • “Tendríamos que cerrarles las fronteras”. Aparte de la peste a prepotencia que echa esta frase, muy bien, ahora por una cuestión de orgullo nacionalista, dejamos a familias sin verse. Aparte, creo que no serán muchas las empresas y comerciantes que antepongan el orgullo nacionalista a la riqueza que viene del comercio. Y comercio, con los catalanes, se puede hacer mucho. Además… Cataluña tiene fronteras con más países, no sólo con España (recordemos Andorra y Francia), y mejor aún, está bañada por el Mediterráneo. Tener costa quiere decir comercio internacional, desde hace más de treinta siglos. Por otro lado, la frontera entre Cataluña y Francia por La Jonquera es uno de los pasos por donde actualmente pasan más mercancías españolas. España necesita tener las fronteras con Cataluña en buen estado; en caso contrario tendrían que pasarlo todo por Irún (mientras el País Vasco siguiera perteneciendo al Estado español, que ya veríamos si los vascos se quedarían mucho tiempo).
  • “Les haremos boicot”. ¿Quién, exactamente, les hará boicot? (O, como decimos en mi tierra, “¿tú y cuántos más?”). ¿Los consumidores harán boicot a los productos catalanes? Sólo el 20% de las exportaciones catalanas son de bienes de consumo, el resto son productos intermedios, con lo cual el boicot que pueden hacerles mil nacionalistas despechados no tendría demasiada repercusión. ¿Que la industria también se lo hará? Eso parece bastante más difícil, en muchos casos los productos catalanes se venden porque son los más ventajosos, y cambiar de proveedor significaría una subida de costes, que no todas las empresas están dispuestas a aceptar.
  • “Cataluña nunca será independiente, ¿con quién jugaría entonces el Barça?”. Esto es tan triste y lamentable que no merecería respuesta, pero aquí va: sintiéndolo mucho, creo que hay motivos mucho más importantes para defender la independencia que el fútbol. Y de todas maneras, la liga española es una entidad privada, no pública, y nadie dice que no pueda jugar en ella el Barça por ser de otro Estado soberano. A la LFP le interesan los beneficios que el Barça implica, ¿creéis que renunciarán a ellos por motivos de orgullo nacionalista?
  • “No compensa que os independicéis porque saldréis/os echaremos de la Unión Europea”. Primero, ¿quién dice que Cataluña saldrá de la Unión Europea? No está claro aún lo que pasaría, dado que este caso nunca se ha dado (un territorio de dentro de Europa que se independice de un Estado miembro). De todas maneras, suponiendo que se decida que Cataluña no puede continuar como tal dentro de la Unión Europea y tiene que volver a solicitar el acceso, con la fuerza económica que tiene Cataluña, y sabiendo que lleva años haciendo cumplir las leyes europeas, la entrada está asegurada, siempre que no se oponga ningún país miembro. Y a España no le conviene oponerse: le conviene que el país vecino también tenga un marco legal europeo, facilita la armonización en muchos temas. Siempre puede oponerse, pero Cataluña en ese caso se podría beneficiar de las ventajas comerciales uniéndose a la Asociación Europea de Libre Comercio (y se libraría de muchos inconvenientes, que se lo digan a Noruega).
  • “Sacaremos los tanques”. Vale, muy bien. Esta tendría consecuencias claras e inmediatas. El uso de la fuerza para mantener España unida (porque ninguna otra cosa lo puede hacer). Lo que pasáis por alto es que ninguno de los países de Europa Occidental aceptará una intervención militar en Cataluña. Y menos aún, si ha habido un referéndum en el que el pueblo catalán se haya pronunciado claramente a favor de la independencia. ¿Quiere España recibir los reproches de la comunidad internacional y de Europa por no respetar la voluntad de un pueblo? ¿Quiere España aparecer ante el mundo como un estado militarista y totalitario? Y lo que sería más grave… ¿quiere España provocar una nueva guerra civil?

Señores españolistas: estos argumentos caen por su propio peso, y es un poco vergonzoso que ustedes mismos no se den cuenta de eso. Adelántense y acepten la próxima independencia de Cataluña. Brinden por ella y hagan sitio en sus teléfonos móviles para añadir el prefijo internacional de Cataluña en los números de sus amigos catalanes. Aprovechen ahora, que como Cataluña será otro Estado, el billete de Interraíl será válido allí. Cojan el teléfono la noche de Eurovisión y voten la canción catalana, que ya los catalanes harán lo que toca para dar doce puntos a la española.

Y cuidado, empiecen a cuidar al resto de las naciones del Estado o cogerán (cogeremos) el mismo camino… los vascos irán detrás, y después pueden ir los canarios, los valencianos, nosotros los andaluces o los gallegos, o todos a la vez. Si no quieren que España estalle en mil pedazos, ya pueden aprender y hacerla de otra manera. Cataluña les ofrece la mejor lección de política que jamás recibirán… aprovéchenla.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El "ser" de España y la independencia catalana

(La versión original de este artículo la escribí en valenciano en mi otro blog).

Como habréis podido comprobar, últimamente se está hablando mucho del desarrollo político que se está dando en Cataluña, que tiene muchas probabilidades de acabar en la independencia de este país.

Las causas por las que la reivindicación independentista se ha hecho tan fuerte y sus consecuencias (comentarios y actitudes de uno y otro bando) me han hecho reflexionar mucho sobre este Estado llamado España, del cual formamos parte.

Empecemos reconociendo que hay muchos tipos de gente mezclada tanto entre los que quieren una España unida como entre los que quieren su desaparición, y diversas posturas intermedias. Hay los que quieren una España unida y uniforme, y los que quieren una España plural, multicultural o multinacional, pero al fin y al cabo, unida. Los que no sienten España como su nación, porque sienten que su nación es otra (ya sea Cataluña, Euskadi, Andalucía, Valencia o alguna otra), y entre ellos, los que sólo quieren independizarse ellos, y los que creen que España tendría que desaparecer entera. Y eso sólo ha sido una burda simplificación.

Y ahora voy yo con mi opinión. El fuerte deseo de independencia de los catalanes, así como de los vascos, y en menor medida, de otras naciones del Estado, es culpa de España y de los españoles, exclusivamente. Sobre todo de los primeros que he mentado arriba, los que se han esforzado en hacer una España uniforme y aniquilar cualquier forma de cultura que no fuera la oficial, la considerada española.

Estoy 100% seguro de que otra España podría haberse construido y mantenerse unida y fuerte. No digo que sea mi deseo; no lo es, yo sólo me siento andaluz. Sin embargo, los que tanto aman a España deberían haberla hecho diferente. Una España donde se reconociera la multiculturalidad, se respetara y se protegiera. Una España con un sistema educativo donde se enseñara a respetar el plurilingüismo del Estado, y que incluso los niños aprendieran un par de palabras en las otras lenguas. Que cualquier niño de Extremadura, Asturias o Canarias supiera decir bon dia o egun on, conociera las sardanas o las muñeiras, o supiera que existe algo llamado el silbo gomero.

No, en España nunca se ha fomentado eso. Nunca se ha fomentado la tolerancia al diferente, ni se ha enseñado que, más que un peligro, el diferente puede ser una fuente de experiencia y sabiduría que puede complementar lo que uno ya sabe o ha conocido toda la vida. Y por eso, aún hoy, se sigue viendo a los catalanes o a los vascos como “esa gente que no quiere ser española”. A ver, no es que no quieran, es que tal y como se define la españolidad, que a día de hoy es un concepto exclusivista que sólo comprende la cultura castellana (y algunos rasgos folclóricos periféricos), ellos no son españoles. Y no lo quieren ser, porque el exclusivismo de la españolidad hace que para ser español, haya que dejar de ser catalán, vasco, o lo que sea. Y, como se ha visto en Valencia, en Andalucía o en Canarias, el precio de intentar conjugar ambas identidades es el de relegar la cultura propia a la familiaridad y al folclore.

Supongo que habrá sido así por razones históricas, pero si España quería haberse mantenido unida, tendría que haber mirado más a Suiza y menos a Francia. En Suiza no hay tensiones políticas territoriales. No hay una lengua que se haya impuesto en todo el Estado. Los que hablan alemán no necesitan que los francoparlantes hablen alemán también; hablan francés y eso ya basta, porque son igualmente suizos.

Eso en el aspecto cultural, pero hay más, como el económico. Aún me diréis que Cataluña es mucho más rica que el resto del Estado, que hay que ser solidarios… y una lista más de razones a favor y en contra de la independencia. Veamos, Cataluña es económicamente diferente al resto del Estado. Pero es que, siendo un Estado tan diverso, cada nación dentro del Estado tiene una economía diferente. Y por eso, hay que dar a cada uno lo que necesita, que es lo que no se está haciendo ahora. Lo que no se puede hacer, porque no es bueno para nadie, es hacer que un pueblo tire del carro y los otros se dejen llevar. Tal y como se ha hecho el Estado, ahora mismo hay autonomías que se dejan llevar. Y con eso me refiero a la mía, Andalucía, y a otras, como Extremadura. Pero cuidado, no porque seamos unos vagos. En estos lugares no se ha fomentado nunca el trabajo para uno mismo. Aún estamos esperando la reforma agraria que nos hace falta desde hace más de un siglo, que rectifique la situación actual, en la que hay una minoría de terratenientes con grandes extensiones de terreno, y jornaleros que sólo trabajan cuando el señorito quiere (de hecho, hay muchas extensiones de terreno baldías). El latifundismo es lo que nos ha hecho mucho daño. Y la razón por la cual ahora Cataluña y el País Vasco están salpicados de andaluces que en nuestro país no podían trabajar porque no encontraban faena.

Con las políticas correctas, una reforma agraria, y una inversión en industrias diversas, Andalucía no necesitaría que otros pueblos le ofrecieran “solidaridad”. No nos deis peces, nos basta con que no nos impidáis fabricar la caña para pescar. No queremos conquistar el mundo, nos basta con poder autoabastecernos. Y así, todos contentos. Y quien dice Andalucía, dice Extremadura o Castilla.

Pero eso no se ha hecho. Es mucho más fácil para el gobierno de este erróneo Estado imponer una presión fiscal mayor a los lugares donde ha habido más inversión y más prosperidad, porque fomentar el trabajo para todos pondría de morros a los terratenientes y a la aristocracia, a los que se benefician de la situación actual.

Y, hablado ya de cultura y economía, paso a mentar una pequeña consideración. Echemos una mirada al Parlamento catalán. Allí existe la pluralidad política. Hay siete partidos diferentes, que representan siete mentalidades diferentes, siete ideologías políticas, que coinciden en algunos temas y discrepan en otros. No queremos compararlo con los parlamentos de otras comunidades, ¿a que no? Esa pluralidad implica una madurez política que no hay en otros lugares del Estado, donde hay que trabajar mucho para conseguirla.

Personalmente, me gusta ver las intervenciones y los debates en el Parlamento de Cataluña. Hay mucho más respeto y mucha menos crispación que en los que normalmente se viven en el Congreso de los Diputados.

Por todo esto, y porque me veo reflejado, apoyo la independencia de Cataluña. Además, me emociona que ellos finalmente puedan conseguirlo. Lo que ellos están consiguiendo es lo que yo quiero para mi país y sueño con que podamos alcanzar algún día.

Y quizá, con la independencia de Cataluña, se encienda en el seno del resto de los pueblos del Estado una iniciativa que nos permita cambiar muchas de las cosas que ahora mismo no funcionan.

Mucha suerte, Cataluña. Por vuestro bien y por el nuestro.

(En otro artículo, si me quedan ganas, hablaré de lo absurdo de los españolistas y sus amenazas ante una posible independencia catalana).