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jueves, 14 de enero de 2016

El nacionalismo no puede ser de izquierda

El nacionalismo no puede ser de izquierda.

¿Cuántas veces habéis oído esta frase?

Tiene mil variantes:
- El nacionalismo no puede ser socialista.
- Un socialista/comunista/marxista no puede ser nacionalista.
- El nacionalismo es burgués.

Esta última frase es la que contiene la idea principal y la que ha servido de referente para crear toda una serie de prejuicios acerca de lo que es el nacionalismo.

Cuando hablamos de nacionalismo, al menos aquí en Andalucía, ¿qué nos viene a la mente? Si nos vamos a la calle y le preguntamos a cualquiera, lo primero que todos te responderán seguramente sea eso de los vascos y catalanes que no quieren ser españoles. Si los haces elaborar más, el que sea capaz (que por desgracia no son muchos), te hablará de Sabino Arana o de Jordi Pujol. Arana es conocido por sus postulados racistas y ultraconservadores, y a Pujol se le asocian ciertas actitudes xenófobas que, si bien pueden no ser del todo representativas de su ideología y política, desde luego son las que más han trascendido (sus declaraciones de 1958 hablando sobre los andaluces son convenientemente recordadas cada cierto tiempo por la prensa española para desacreditarlo, aunque podríamos hablar de ellas en otro momento porque dan para una reflexión aparte).

Para quien esté algo más leído, nacionalismo no solo es eso, sino que también lo asociará con los movimientos de ultraderecha de los años 20, 30 y 40. No en vano, Hitler, Mussolini y Franco encabezaban ideologías nacionalistas. De ultraderecha, pero fundamentadas en una idea de nación y por lo tanto nacionalistas.

En definitiva, todo esto nos lleva de nuevo a que el nacionalismo es burgués. Pero pasamos por alto algo: decimos que el nacionalismo es burgués porque la idea que tenemos de nacionalismo es, precisamente, el nacionalismo burgués. Ahora, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad dirigida y organizada por burgueses y para burgueses, no debería extrañarnos esto.

Y ahora me dirijo a la izquierda española no capitalista, quien es mayoritariamente la que asegura la frase con la que encabezo el artículo (y sus versiones). Todos tenemos muy claro que vivimos imbuidos de una ideología hegemónica burguesa en cuestiones como la economía o la política. De hecho se supone que nuestro objetivo es sustituir este sistema parlamentario partidista, netamente burgués, por una democracia directa, más representativa. Se supone que estamos en guardia frente a actitudes burguesas de la vida cotidiana y que no nos conformamos con los cuentos de «habéis vivido por encima de vuestras posibilidades» o «para salir de la crisis hace falta recordar». Todas esas patrañas burguesas no nos las tragamos.


Viñeta de Manel Fontdevila. Otro día hablamos sobre ella, porque da para mucho


Sin embargo, la de dejar que la burguesía nos cuente lo que es el nacionalismo, sí, esa estamos encantados de tragárnosla. Hemos partido de la premisa marxista de que los marxistas somos internacionalistas (que lo somos, por supuesto) y hemos dejado que la burguesía la interprete para repetirla nosotros como ovejas. El marxista no puede ser separatista porque el marxismo es internacionalista. En ese caso, ¿por qué no veo a todos esos marxistas exigiendo la unión inmediata de España con Portugal, Francia, Marruecos y todos los demás países del mundo? Si lo primero es el internacionalismo, vamos a empezar por ahí.

«El separatismo beneficia a la burguesía», otra «verdad» que solo lo es porque se ha repetido mil veces. A esto ya respondió Lenin, incluso:

Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico de los liquidadores!
Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución "práctica", mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los priviliegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de "ayudar" a la burguesía nacionalista de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad, es a los rusos ultrarreaccionarios. Ayuda, en realidad, al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los rusos.

En fin, que como explico, por supuesto que el nacionalismo puede ser de izquierda. Claro que, en ese caso, no tiene los mismos principios que el nacionalismo burgués. Y quizá el problema venga del uso del término, quizá deberíamos tener un término diferente para la ideología nacionalista de izquierda. Hay quien ha usado soberanismo, que no me parece mal, pero no soy ningún experto.

Nuestro nacionalismo es de izquierda, es socialista, porque no tiene una perspectiva interclasista. Reconoce la lucha de clases como motor de la historia. Pero, partiendo de un análisis materialista, dado que las condiciones sociales y económicas no son iguales en todos los lugares, el camino al socialismo no puede emprenderse en todos los lugares por igual. Un obrero no sufre las mismas circunstancias externas en Sevilla o en Lugo. Los nacionalistas de izquierda reconocemos esa singularidad cultural y obramos en consecuencia.

Esto no nos quita ni un ápice de internacionalismo. Tenemos en cuenta que un jornalero o un obrero en Cádiz es igual de esclavo que un jornalero o un obrero en Barcelona, en Faro o en cualquier pueblo del Congo, y que en última instancia tenemos que llegar a la liberación colectiva de todos. Pero la clase obrera de cada nación debe seguir sus propios pasos porque solo ellos podrán identificar cuáles hay que seguir.

Al fin y al cabo, para nosotros la nación no es un fin: es un medio. El fin es la desaparición de las clases sociales y finalmente de los estados. La nación solo es un instrumento que nos debe servir para llegar al fin.

sábado, 11 de julio de 2015

Malvado nacionalismo

Leí por ahí, en Internet, que menos de cinco contradicciones en uno mismo es dogmatismo. Bueno, se lo leí a Hibai Arbide (@Hibai_) y no sé si la frase es suya.

Aparentemente, se podría decir que una de esas contradicciones en mí es la que tiene que ver con el nacionalismo. Yo no la veo contradicción porque tiene matices, pero superficialmente puede considerarse así. Concretamente, a pesar de que soy nacionalista, no me gusta nada el nacionalismo. Podría aducirse la típica frase de que soy un nacionalista deseando dejar de serlo, aunque me suena demasiado a lugar común. La cuestión es que aunque me identifico con una cierta nación y con sus símbolos, no llevo este sentimiento de identificación a lo irracional, y tampoco me gusta la gente que lo hace.

¿A qué viene todo esto? A una cuestión sencilla. Desde que el gobierno de Syriza se plantó ante la Troika (para luego ceder, pero ese es otro tema) y montó un referendo para preguntar a los griegos si aceptaban las políticas de austeridad, se viene cuestionando mucho, más que en los años anteriores, el papel y el funcionamiento de la Unión Europea, y concretamente de un país miembro, Alemania.

Desde que empezó la crisis de deuda se viene culpando a Alemania y a los alemanes de todos los males que nos aquejan a los territorios meridionales de la Unión Europea. Se vienen diciendo auténticas burradas.

Discutí con un amigo de mi pareja porque aseguraba que toda la culpa de lo que nos pasa es de Alemania, que nos quiere empobrecer y explotar. Yo le decía que en última instancia la culpa sería de nuestros propios gobernantes, que aceptaban lo que les decían desde fuera, pero él parecía exculpar a todo aquel que tuviera carné de identidad español. La culpa era claramente de Alemania.

Muchos están diciendo que Alemania está intentando por la vía económica lo que no pudo por la militar: subyugar al resto de Europa. La manida referencia al Tercer Imperio, a la Segunda Guerra Mundial. Me cansa mucho que se siga identificando a Alemania con ese corto periodo de su historia, pero bueno.

Y lo que me ha parecido más absurdo de todo, ha sido alguien en Twitter asegurando que los alemanes nos odian a los europeos del sur. Así de sencillo, nos odian.

Estas tres opiniones tienen en común un componente nacionalista que me parece inadecuado e incluso peligroso. Se confunden las técnicas, intenciones y opiniones del gobierno alemán con las de los alemanes de a pie, solo porque compartan ciudadanía. Pero, a pesar de que los alemanes sean quienes hayan elegido ese gobierno (dentro de las rígidas normas de la democracia burguesa), me sigue pareciendo totalmente incorrecta esa interesada confusión.

Los alemanes de a pie, los que se levantan cada día para ir a trabajar y volver a casa a estar con su familia, están preocupados por su vida y por lo que los rodea. Ya tienen suficiente con lo suyo, como para tener que gastar energía en odiar a gente que ni conoce, o en desear empobrecerlos o subyugarlos. Los hay que tendrán un cierto interés en ello, pero la gran mayoría de los alemanes no tiene ninguna implicación directa en algo así y si se les llegara a pasar por la cabeza sería por un cierto envenenamiento mediático, claramente nacionalista.

El problema es que quien está orquestando todo esto no son los alemanes: es la clase dirigente alemana. La burguesía, vamos. Y su motivación no es tan nacionalista como capitalista: necesitan mano de obra a la que explotar para seguir engordando sus bolsillos. Lo mismo les da que esa mano de obra sea alemana, que griega, que portuguesa o andaluza. Pero tienen un mecanismo perfecto para conseguirlo, la Unión Europea, y este mecanismo ha conseguido aplastar más fácilmente a los que estamos en el sur. Ya utilizan otros mecanismos internos para aplastar a la clase obrera alemana.

Y, por supuesto, las burguesías del resto de los países no van a oponerse a estos mecanismos porque también les reportan jugosos beneficios. El dinero no entiende de nacionalidades; el capitalismo no entiende de nacionalidades. Los diversos tratados de la UE nos lo han demostrado y en el futuro lo hará el TTIP, que han aprobado los mismos de siempre para beneficiarse de nosotros.

La democracia que creíamos tener, esa pantomima burguesa que solo puede funcionar con las normas que ellos han fijado, está perfectamente diseñada para que no consigamos tirar estos mecanismos de extracción de nuestro trabajo. Partidos políticos capitalistas y medios de comunicación a su servicio trabajan duro para que el sistema esté atado y bien atado y no se vea en riesgo porque reclamemos lo que es nuestro.

Así que la próxima vez que quieras echar la culpa a los alemanes de algo, piénsalo dos veces. El alemán medio es un trabajador (o trabajadora) al que le han bajado el sueldo un par de veces con la excusa de la reunificación anexión de la RDA y al que le han introducido un copago sanitario brutal (10 euros cada trimestre que visites el médico, 10 euros cada día de hospitalización, ...). El alemán medio no te está robando, ni explotando, ni te odia ni te quiere conquistar; simplemente intenta llegar a final de mes y tener una vida cómoda para él/ella y su familia. Los directivos de las grandes empresas alemanas tampoco te odian, pero sí te desprecian y quieren exprimirte. Los de las grandes empresas españolas también. Quieren exprimirte a ti, a mí, a los portugueses, a los griegos, y a todo el que se deje.

Y nosotros nos estamos dejando. Nos han vendido como algo bueno todo lo que les da beneficios. El libre comercio, la moneda única, la política agraria común que ha conseguido desindustrializarnos. ¿Hasta cuándo se lo seguiremos permitiendo?

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Hemos perdido Andalucía?

He de confesar que, aunque mis ideas no han cambiado en lo más mínimo, hay días que me desanimo.

Observo la situación política de mi país, y me da lástima. Me da lástima porque nuestra cultura democrática y política es escasa (por no decir que no existe). Porque muchos de mis conciudadanos consideran la política como algo en lo que no pasarán de espectadores, porque consideran que no tienen nada que decir o que hacer que sirva para algo, que no pueden hacer nada para cambiar las cosas. Y por eso estamos como estamos.

Y si esto es cierto para la política estatal, lo que más me duele es que ocurre lo mismo pero en mayor medida para la política andaluza. No pensamos en clave andaluza. Andalucía para los andaluces, hoy en día, es un concepto casi folclórico y, por supuesto, ajeno a la política. A pesar de que la Junta de Andalucía es la titular de muchas de las competencias públicas en nuestro país, la gente ni se informa ni se interesa por lo que pasa en la Junta ni en el Parlamento de Andalucía.

Y, por supuesto, los resultados son casi un calco de los resultados de las elecciones a las cámaras estatales. Tenemos un Parlamento con (sólo) tres partidos, todos ellos con sede en Madrid. Y, si hacemos caso a las últimas encuestas, en las que se prevé la entrada de Podemos y UPyD para las próximas elecciones autonómicas, nos espera más de lo mismo. Soy el primero en reconocer los errores del Partido Andalucista, que han sido muchos, pero sí puedo asegurar que ha sido el que más caros ha pagado sus errores. Los tres partidos con representación parlamentaria han cometido errores similares o más graves, pero siguen ahí y sin perspectivas de perder su representación.

Pero que estemos hablando de esto ya es triste. La única formación de marco nacional andaluz que nos planteamos ver en el Parlamento es el Partido Andalucista (y la gran mayoría de la gente incluso defendiendo que no estén porque lo hicieron muy mal... porque los demás lo han hecho muy bien, claro). Un partido que no pasa de regionalista y con ideología política indeterminada, que hoy defiende políticas de izquierda y mañana de derecha, o que en algunos municipios es de izquierda y en otros de derecha. No hemos llegado al grado de madurez política necesario para tener un partido andalucista de izquierda y otro de derecha. Y de ver a algún partido independentista en el Parlamento entiendo que ni hablamos. A la mayoría de la gente le suena a extraterrestre simplemente plantearse que el independentismo andaluz existe.

Vale, existe la CUT. Andaluza e independentista. Sánchez Gordillo hace ruido y es bien conocido. Pero la CUT está integrada en Izquierda Unida. ¿Cuánta gente sabe que la CUT es un partido con entidad propia? El independentismo de Sánchez Gordillo es desconocido para mucha gente, y los que han oído algo de él, piensan que es una manera de llamar la atención más que una ideología real. Personalmente, opino que esto no pasaría si la CUT no estuviera integrada en Izquierda Unida. Pero, ay, entonces no estaría en el Parlamento.

Vuelvo al tema del principio, en Andalucía reina la cultura política del nada va a cambiar, así que no te esfuerces. El divorcio permanente con las instituciones. Y por eso, dejando aparte a Izquierda Unida que, hasta las últimas elecciones, se las prometía más agresiva (el pacto de gobierno ha sido desastroso), la presencia mayoritaria de PP y PSOE es un síntoma de que la poca gente que toma partido prefiere votar a aquellos que no suponen un sobresalto. Las cosas están mal, pero no me las cambies. Al fin y al cabo, los que no son PSOE y PP son unos radicales, unos antisistema o no sé qué chorradas.

La crisis económica, que es la que está haciendo tambalearse a este deficiente sistema, al final resulta que sólo la podrán aprovechar los de Podemos y UPyD, las dos nuevas fuerzas políticas españolas. Podríamos hablar de por qué el andalucismo no ha resurgido en esta oportunidad y culparlo (parte de culpa tiene, claro, por ejemplo por haber seguido enfrascado en luchas internas de gente que ya no tenía nada que ganar)... pero sería injusto obviar el hecho de que nuestro gobierno autonómico ha conseguido su propósito, que es desactivar Andalucía políticamente. Podrían incluso cambiar el lema del escudo y quitar el «Andalucía por sí», sería más realista. Ahora más que nunca, Andalucía sólo es para España. A pesar de lo andaluces que nos sentimos todos, el tema competencias y autogobierno nos la suda. Ahí tenemos que los que fuimos a votar el referéndum del Estatuto no llegamos ni al 40% del censo. Con este panorama político (y con estos medios de comunicación públicos que miran más a Madrid que a Sevilla, Málaga o Granada), un partido cuyas aspiraciones acaben en Despeñaperros tiene poco que hacer.

A pesar de todo, sigo confiando en que algo resucite nuestro sentimiento de identidad política. O estaremos perdidos para siempre.

martes, 10 de septiembre de 2013

Las absurdas amenazas españolas ante la inminente independencia catalana

Si hay algo ridículo en este mundo, son los españolistas. Y no dudo que también habrá españolistas que piensen y razonen en sus argumentos y puedan discutir, pero la gran mayoría habla sólo por pasión nacionalista y eso les hace quedar en el ridículo más espantoso.

Podemos hacer una pequeña compilación de argumentos estúpidos de los españoles:

  • “La Constitución no lo permite”. Vale… conociendo como todos conocemos el talante español, ya sería una sorpresa que en la Constitución se hubiera contemplado la secesión de uno de los territorios del Estado. Cuando se hace una consulta popular limpia y pacífica, con un resultado claro, ya los simples principios democráticos obligan a aceptar lo que el pueblo ha elegido. Negarlo porque la Constitución no lo permite es como decirle a tu vecino que no puede mudarse a otro edificio porque cuando compró el piso, el contrato no decía nada sobre eso. Además, antes la Constitución no marcaba como prioridad el pago de la deuda pública, y la modificaron de tapadillo para incluir esa cláusula, perjudicial para todos nosotros, el pueblo. ¿Y ahora nos ponemos delicados? A tomar por culo la Constitución: no sólo está caduca, sino que sirve para que los políticos hagan con ella lo que quieran. Total, la gran mayoría de nosotros ni la hemos votado ni la queremos.
  • “Que se vayan, se morirán de hambre”. ¿En serio? Estamos hablando de una de las autonomías más productivas del Estado, una de las autonomías a la que más trabas le ponen para sobrevivir dentro del Estado, dado su déficit fiscal (que desaparecería con la independencia). ¿Realmente crees que morirán de hambre? Yo lo dudo mucho.
  • “Ya querrán volver”. Muy mal les tendrá que ir si quieren volver a un país tan mal hecho y con tan poco respecto por el que es diferente. Y me refiero al argumento anterior: dudo mucho que la independencia de Cataluña tenga un impacto negativo en su economía.
  • “Tendríamos que cerrarles las fronteras”. Aparte de la peste a prepotencia que echa esta frase, muy bien, ahora por una cuestión de orgullo nacionalista, dejamos a familias sin verse. Aparte, creo que no serán muchas las empresas y comerciantes que antepongan el orgullo nacionalista a la riqueza que viene del comercio. Y comercio, con los catalanes, se puede hacer mucho. Además… Cataluña tiene fronteras con más países, no sólo con España (recordemos Andorra y Francia), y mejor aún, está bañada por el Mediterráneo. Tener costa quiere decir comercio internacional, desde hace más de treinta siglos. Por otro lado, la frontera entre Cataluña y Francia por La Jonquera es uno de los pasos por donde actualmente pasan más mercancías españolas. España necesita tener las fronteras con Cataluña en buen estado; en caso contrario tendrían que pasarlo todo por Irún (mientras el País Vasco siguiera perteneciendo al Estado español, que ya veríamos si los vascos se quedarían mucho tiempo).
  • “Les haremos boicot”. ¿Quién, exactamente, les hará boicot? (O, como decimos en mi tierra, “¿tú y cuántos más?”). ¿Los consumidores harán boicot a los productos catalanes? Sólo el 20% de las exportaciones catalanas son de bienes de consumo, el resto son productos intermedios, con lo cual el boicot que pueden hacerles mil nacionalistas despechados no tendría demasiada repercusión. ¿Que la industria también se lo hará? Eso parece bastante más difícil, en muchos casos los productos catalanes se venden porque son los más ventajosos, y cambiar de proveedor significaría una subida de costes, que no todas las empresas están dispuestas a aceptar.
  • “Cataluña nunca será independiente, ¿con quién jugaría entonces el Barça?”. Esto es tan triste y lamentable que no merecería respuesta, pero aquí va: sintiéndolo mucho, creo que hay motivos mucho más importantes para defender la independencia que el fútbol. Y de todas maneras, la liga española es una entidad privada, no pública, y nadie dice que no pueda jugar en ella el Barça por ser de otro Estado soberano. A la LFP le interesan los beneficios que el Barça implica, ¿creéis que renunciarán a ellos por motivos de orgullo nacionalista?
  • “No compensa que os independicéis porque saldréis/os echaremos de la Unión Europea”. Primero, ¿quién dice que Cataluña saldrá de la Unión Europea? No está claro aún lo que pasaría, dado que este caso nunca se ha dado (un territorio de dentro de Europa que se independice de un Estado miembro). De todas maneras, suponiendo que se decida que Cataluña no puede continuar como tal dentro de la Unión Europea y tiene que volver a solicitar el acceso, con la fuerza económica que tiene Cataluña, y sabiendo que lleva años haciendo cumplir las leyes europeas, la entrada está asegurada, siempre que no se oponga ningún país miembro. Y a España no le conviene oponerse: le conviene que el país vecino también tenga un marco legal europeo, facilita la armonización en muchos temas. Siempre puede oponerse, pero Cataluña en ese caso se podría beneficiar de las ventajas comerciales uniéndose a la Asociación Europea de Libre Comercio (y se libraría de muchos inconvenientes, que se lo digan a Noruega).
  • “Sacaremos los tanques”. Vale, muy bien. Esta tendría consecuencias claras e inmediatas. El uso de la fuerza para mantener España unida (porque ninguna otra cosa lo puede hacer). Lo que pasáis por alto es que ninguno de los países de Europa Occidental aceptará una intervención militar en Cataluña. Y menos aún, si ha habido un referéndum en el que el pueblo catalán se haya pronunciado claramente a favor de la independencia. ¿Quiere España recibir los reproches de la comunidad internacional y de Europa por no respetar la voluntad de un pueblo? ¿Quiere España aparecer ante el mundo como un estado militarista y totalitario? Y lo que sería más grave… ¿quiere España provocar una nueva guerra civil?

Señores españolistas: estos argumentos caen por su propio peso, y es un poco vergonzoso que ustedes mismos no se den cuenta de eso. Adelántense y acepten la próxima independencia de Cataluña. Brinden por ella y hagan sitio en sus teléfonos móviles para añadir el prefijo internacional de Cataluña en los números de sus amigos catalanes. Aprovechen ahora, que como Cataluña será otro Estado, el billete de Interraíl será válido allí. Cojan el teléfono la noche de Eurovisión y voten la canción catalana, que ya los catalanes harán lo que toca para dar doce puntos a la española.

Y cuidado, empiecen a cuidar al resto de las naciones del Estado o cogerán (cogeremos) el mismo camino… los vascos irán detrás, y después pueden ir los canarios, los valencianos, nosotros los andaluces o los gallegos, o todos a la vez. Si no quieren que España estalle en mil pedazos, ya pueden aprender y hacerla de otra manera. Cataluña les ofrece la mejor lección de política que jamás recibirán… aprovéchenla.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El "ser" de España y la independencia catalana

(La versión original de este artículo la escribí en valenciano en mi otro blog).

Como habréis podido comprobar, últimamente se está hablando mucho del desarrollo político que se está dando en Cataluña, que tiene muchas probabilidades de acabar en la independencia de este país.

Las causas por las que la reivindicación independentista se ha hecho tan fuerte y sus consecuencias (comentarios y actitudes de uno y otro bando) me han hecho reflexionar mucho sobre este Estado llamado España, del cual formamos parte.

Empecemos reconociendo que hay muchos tipos de gente mezclada tanto entre los que quieren una España unida como entre los que quieren su desaparición, y diversas posturas intermedias. Hay los que quieren una España unida y uniforme, y los que quieren una España plural, multicultural o multinacional, pero al fin y al cabo, unida. Los que no sienten España como su nación, porque sienten que su nación es otra (ya sea Cataluña, Euskadi, Andalucía, Valencia o alguna otra), y entre ellos, los que sólo quieren independizarse ellos, y los que creen que España tendría que desaparecer entera. Y eso sólo ha sido una burda simplificación.

Y ahora voy yo con mi opinión. El fuerte deseo de independencia de los catalanes, así como de los vascos, y en menor medida, de otras naciones del Estado, es culpa de España y de los españoles, exclusivamente. Sobre todo de los primeros que he mentado arriba, los que se han esforzado en hacer una España uniforme y aniquilar cualquier forma de cultura que no fuera la oficial, la considerada española.

Estoy 100% seguro de que otra España podría haberse construido y mantenerse unida y fuerte. No digo que sea mi deseo; no lo es, yo sólo me siento andaluz. Sin embargo, los que tanto aman a España deberían haberla hecho diferente. Una España donde se reconociera la multiculturalidad, se respetara y se protegiera. Una España con un sistema educativo donde se enseñara a respetar el plurilingüismo del Estado, y que incluso los niños aprendieran un par de palabras en las otras lenguas. Que cualquier niño de Extremadura, Asturias o Canarias supiera decir bon dia o egun on, conociera las sardanas o las muñeiras, o supiera que existe algo llamado el silbo gomero.

No, en España nunca se ha fomentado eso. Nunca se ha fomentado la tolerancia al diferente, ni se ha enseñado que, más que un peligro, el diferente puede ser una fuente de experiencia y sabiduría que puede complementar lo que uno ya sabe o ha conocido toda la vida. Y por eso, aún hoy, se sigue viendo a los catalanes o a los vascos como “esa gente que no quiere ser española”. A ver, no es que no quieran, es que tal y como se define la españolidad, que a día de hoy es un concepto exclusivista que sólo comprende la cultura castellana (y algunos rasgos folclóricos periféricos), ellos no son españoles. Y no lo quieren ser, porque el exclusivismo de la españolidad hace que para ser español, haya que dejar de ser catalán, vasco, o lo que sea. Y, como se ha visto en Valencia, en Andalucía o en Canarias, el precio de intentar conjugar ambas identidades es el de relegar la cultura propia a la familiaridad y al folclore.

Supongo que habrá sido así por razones históricas, pero si España quería haberse mantenido unida, tendría que haber mirado más a Suiza y menos a Francia. En Suiza no hay tensiones políticas territoriales. No hay una lengua que se haya impuesto en todo el Estado. Los que hablan alemán no necesitan que los francoparlantes hablen alemán también; hablan francés y eso ya basta, porque son igualmente suizos.

Eso en el aspecto cultural, pero hay más, como el económico. Aún me diréis que Cataluña es mucho más rica que el resto del Estado, que hay que ser solidarios… y una lista más de razones a favor y en contra de la independencia. Veamos, Cataluña es económicamente diferente al resto del Estado. Pero es que, siendo un Estado tan diverso, cada nación dentro del Estado tiene una economía diferente. Y por eso, hay que dar a cada uno lo que necesita, que es lo que no se está haciendo ahora. Lo que no se puede hacer, porque no es bueno para nadie, es hacer que un pueblo tire del carro y los otros se dejen llevar. Tal y como se ha hecho el Estado, ahora mismo hay autonomías que se dejan llevar. Y con eso me refiero a la mía, Andalucía, y a otras, como Extremadura. Pero cuidado, no porque seamos unos vagos. En estos lugares no se ha fomentado nunca el trabajo para uno mismo. Aún estamos esperando la reforma agraria que nos hace falta desde hace más de un siglo, que rectifique la situación actual, en la que hay una minoría de terratenientes con grandes extensiones de terreno, y jornaleros que sólo trabajan cuando el señorito quiere (de hecho, hay muchas extensiones de terreno baldías). El latifundismo es lo que nos ha hecho mucho daño. Y la razón por la cual ahora Cataluña y el País Vasco están salpicados de andaluces que en nuestro país no podían trabajar porque no encontraban faena.

Con las políticas correctas, una reforma agraria, y una inversión en industrias diversas, Andalucía no necesitaría que otros pueblos le ofrecieran “solidaridad”. No nos deis peces, nos basta con que no nos impidáis fabricar la caña para pescar. No queremos conquistar el mundo, nos basta con poder autoabastecernos. Y así, todos contentos. Y quien dice Andalucía, dice Extremadura o Castilla.

Pero eso no se ha hecho. Es mucho más fácil para el gobierno de este erróneo Estado imponer una presión fiscal mayor a los lugares donde ha habido más inversión y más prosperidad, porque fomentar el trabajo para todos pondría de morros a los terratenientes y a la aristocracia, a los que se benefician de la situación actual.

Y, hablado ya de cultura y economía, paso a mentar una pequeña consideración. Echemos una mirada al Parlamento catalán. Allí existe la pluralidad política. Hay siete partidos diferentes, que representan siete mentalidades diferentes, siete ideologías políticas, que coinciden en algunos temas y discrepan en otros. No queremos compararlo con los parlamentos de otras comunidades, ¿a que no? Esa pluralidad implica una madurez política que no hay en otros lugares del Estado, donde hay que trabajar mucho para conseguirla.

Personalmente, me gusta ver las intervenciones y los debates en el Parlamento de Cataluña. Hay mucho más respeto y mucha menos crispación que en los que normalmente se viven en el Congreso de los Diputados.

Por todo esto, y porque me veo reflejado, apoyo la independencia de Cataluña. Además, me emociona que ellos finalmente puedan conseguirlo. Lo que ellos están consiguiendo es lo que yo quiero para mi país y sueño con que podamos alcanzar algún día.

Y quizá, con la independencia de Cataluña, se encienda en el seno del resto de los pueblos del Estado una iniciativa que nos permita cambiar muchas de las cosas que ahora mismo no funcionan.

Mucha suerte, Cataluña. Por vuestro bien y por el nuestro.

(En otro artículo, si me quedan ganas, hablaré de lo absurdo de los españolistas y sus amenazas ante una posible independencia catalana).