(La versión original de este artículo la escribí en valenciano en mi otro blog).
Como habréis podido comprobar, últimamente se está hablando mucho del desarrollo político que se está dando en Cataluña, que tiene muchas probabilidades de acabar en la independencia de este país.
Las causas por las que la reivindicación independentista se ha hecho tan fuerte y sus consecuencias (comentarios y actitudes de uno y otro bando) me han hecho reflexionar mucho sobre este Estado llamado España, del cual formamos parte.
Empecemos reconociendo que hay muchos tipos de gente mezclada tanto entre los que quieren una España unida como entre los que quieren su desaparición, y diversas posturas intermedias. Hay los que quieren una España unida y uniforme, y los que quieren una España plural, multicultural o multinacional, pero al fin y al cabo, unida. Los que no sienten España como su nación, porque sienten que su nación es otra (ya sea Cataluña, Euskadi, Andalucía, Valencia o alguna otra), y entre ellos, los que sólo quieren independizarse ellos, y los que creen que España tendría que desaparecer entera. Y eso sólo ha sido una burda simplificación.
Y ahora voy yo con mi opinión. El fuerte deseo de independencia de los catalanes, así como de los vascos, y en menor medida, de otras naciones del Estado, es culpa de España y de los españoles, exclusivamente. Sobre todo de los primeros que he mentado arriba, los que se han esforzado en hacer una España uniforme y aniquilar cualquier forma de cultura que no fuera la oficial, la considerada española.
Estoy 100% seguro de que otra España podría haberse construido y mantenerse unida y fuerte. No digo que sea mi deseo; no lo es, yo sólo me siento andaluz. Sin embargo, los que tanto aman a España deberían haberla hecho diferente. Una España donde se reconociera la multiculturalidad, se respetara y se protegiera. Una España con un sistema educativo donde se enseñara a respetar el plurilingüismo del Estado, y que incluso los niños aprendieran un par de palabras en las otras lenguas. Que cualquier niño de Extremadura, Asturias o Canarias supiera decir bon dia o egun on, conociera las sardanas o las muñeiras, o supiera que existe algo llamado el silbo gomero.
No, en España nunca se ha fomentado eso. Nunca se ha fomentado la tolerancia al diferente, ni se ha enseñado que, más que un peligro, el diferente puede ser una fuente de experiencia y sabiduría que puede complementar lo que uno ya sabe o ha conocido toda la vida. Y por eso, aún hoy, se sigue viendo a los catalanes o a los vascos como “esa gente que no quiere ser española”. A ver, no es que no quieran, es que tal y como se define la españolidad, que a día de hoy es un concepto exclusivista que sólo comprende la cultura castellana (y algunos rasgos folclóricos periféricos), ellos no son españoles. Y no lo quieren ser, porque el exclusivismo de la españolidad hace que para ser español, haya que dejar de ser catalán, vasco, o lo que sea. Y, como se ha visto en Valencia, en Andalucía o en Canarias, el precio de intentar conjugar ambas identidades es el de relegar la cultura propia a la familiaridad y al folclore.
Supongo que habrá sido así por razones históricas, pero si España quería haberse mantenido unida, tendría que haber mirado más a Suiza y menos a Francia. En Suiza no hay tensiones políticas territoriales. No hay una lengua que se haya impuesto en todo el Estado. Los que hablan alemán no necesitan que los francoparlantes hablen alemán también; hablan francés y eso ya basta, porque son igualmente suizos.
Eso en el aspecto cultural, pero hay más, como el económico. Aún me diréis que Cataluña es mucho más rica que el resto del Estado, que hay que ser solidarios… y una lista más de razones a favor y en contra de la independencia. Veamos, Cataluña es económicamente diferente al resto del Estado. Pero es que, siendo un Estado tan diverso, cada nación dentro del Estado tiene una economía diferente. Y por eso, hay que dar a cada uno lo que necesita, que es lo que no se está haciendo ahora. Lo que no se puede hacer, porque no es bueno para nadie, es hacer que un pueblo tire del carro y los otros se dejen llevar. Tal y como se ha hecho el Estado, ahora mismo hay autonomías que se dejan llevar. Y con eso me refiero a la mía, Andalucía, y a otras, como Extremadura. Pero cuidado, no porque seamos unos vagos. En estos lugares no se ha fomentado nunca el trabajo para uno mismo. Aún estamos esperando la reforma agraria que nos hace falta desde hace más de un siglo, que rectifique la situación actual, en la que hay una minoría de terratenientes con grandes extensiones de terreno, y jornaleros que sólo trabajan cuando el señorito quiere (de hecho, hay muchas extensiones de terreno baldías). El latifundismo es lo que nos ha hecho mucho daño. Y la razón por la cual ahora Cataluña y el País Vasco están salpicados de andaluces que en nuestro país no podían trabajar porque no encontraban faena.
Con las políticas correctas, una reforma agraria, y una inversión en industrias diversas, Andalucía no necesitaría que otros pueblos le ofrecieran “solidaridad”. No nos deis peces, nos basta con que no nos impidáis fabricar la caña para pescar. No queremos conquistar el mundo, nos basta con poder autoabastecernos. Y así, todos contentos. Y quien dice Andalucía, dice Extremadura o Castilla.
Pero eso no se ha hecho. Es mucho más fácil para el gobierno de este erróneo Estado imponer una presión fiscal mayor a los lugares donde ha habido más inversión y más prosperidad, porque fomentar el trabajo para todos pondría de morros a los terratenientes y a la aristocracia, a los que se benefician de la situación actual.
Y, hablado ya de cultura y economía, paso a mentar una pequeña consideración. Echemos una mirada al Parlamento catalán. Allí existe la pluralidad política. Hay siete partidos diferentes, que representan siete mentalidades diferentes, siete ideologías políticas, que coinciden en algunos temas y discrepan en otros. No queremos compararlo con los parlamentos de otras comunidades, ¿a que no? Esa pluralidad implica una madurez política que no hay en otros lugares del Estado, donde hay que trabajar mucho para conseguirla.
Personalmente, me gusta ver las intervenciones y los debates en el Parlamento de Cataluña. Hay mucho más respeto y mucha menos crispación que en los que normalmente se viven en el Congreso de los Diputados.
Por todo esto, y porque me veo reflejado, apoyo la independencia de Cataluña. Además, me emociona que ellos finalmente puedan conseguirlo. Lo que ellos están consiguiendo es lo que yo quiero para mi país y sueño con que podamos alcanzar algún día.
Y quizá, con la independencia de Cataluña, se encienda en el seno del resto de los pueblos del Estado una iniciativa que nos permita cambiar muchas de las cosas que ahora mismo no funcionan.
Mucha suerte, Cataluña. Por vuestro bien y por el nuestro.
(En otro artículo, si me quedan ganas, hablaré de lo absurdo de los españolistas y sus amenazas ante una posible independencia catalana).
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