En la vida de todo trabajador siempre surgen desavenencias con la empresa que compra su trabajo. Mayores o menores, pero siempre acaba surgiendo algo. A nivel individual o colectivo. Y para estas cuestiones colectivas tenemos esa bonita herramienta que llamamos negociación colectiva, parte de la acción sindical.
Una herramienta muy bonita y romántica, pero cuya efectividad depende, precisamente, de la colectividad, del grado de implicación que esta colectividad tenga en la resolución de sus problemas. De hasta dónde están dispuestos a llegar los trabajadores para reclamar lo que creen oportuno reclamar.
Porque las cosas suelen ponerse feas y las acciones colectivas acaban siendo necesarias. La más importante de estas acciones es la huelga, y también la más llamativa. Todo el mundo sabe lo que es una huelga. Todo el mundo ha vivido alguna huelga, si no en su empresa, en alguna de las que lo rodean.
Lo que mucha gente olvida, sobre todo los que no han necesitado hacer huelga, es que la huelga es un último recurso. Solo se recurre a ella cuando ningún otro recurso ha funcionado. A nadie le apetece perder un día de trabajo, que no vas a cobrar. ¿Y qué trabajador puede permitirse perder un día de sueldo?
El problema es que la maquinaria propagandística neoliberal, siempre al servicio de la patronal y sus beneficios, ha hecho estragos en la opinión pública acerca de la huelga y de la lucha obrera. Nos ha desclasado a todos, y uno de sus efectos es que ya no vemos con claridad el objetivo y el poder de la movilización de los trabajadores.
En mi empresa no hemos llegado al punto de hacer huelga, pero sí hemos empezado a movilizarnos. El primer paso ha sido decidir no hacer horas extraordinarias. Aunque siempre se habla en las firmas de convenios, y en las modificaciones del Estatuto, de que las horas extraordinarias deben ser suprimidas, y se debe hacer todo lo posible para evitarlas (en su lugar se debería contratar a más trabajadores para hacer esas horas necesarias), la cuestión es que en algunos sectores se depende mucho de las horas extras, y mi empresa se dedica a uno de esos sectores. Así que el negarse a hacer horas extraordinarias ya hace el suficiente daño como para que tengan que empezar a tenernos en cuenta para negociar.
Sin embargo, no es tan fácil poner de acuerdo a todo el mundo. Si bien mucha gente es consciente de la necesidad de tomar acciones colectivas, siempre hay quien se desmarca (por desgracia, en algunos sectores son más los que se desmarcan que los que luchan. Pero ya hablaremos de eso). Y siempre te vienen con la excusa de que no pueden permitirse dejar de ganar ese dinero.
La primera incongruencia es que las horas extraordinarias son eso, extraordinarias, y por lo tanto no es dinero con el que debas contar, porque bien podía haber pasado que no se necesitaran. Por lo tanto, sí puedes permitirte dejar de ganarlo. Pero, ay, qué goloso es el dinero, ¿eh?
Voy a hacer un juicio, que sé que no me corresponde, pero lo voy a hacer. Y es que la gran mayoría de la gente que no quiere dejar de ganar ese dinero (extra) no lo necesita, estrictamente hablando. No los van a echar de casa por ganar cien euros menos. No van a morirse de hambre ni dejar sin comer a su familia. Es una generalización y soy injusto por decir esto, pero no me equivoco. Por otro lado, hace cien, ciento veinte años, la gente se pasaba todo el día currando para llevar a casa dos mendrugos de pan. Y si había que hacer huelga se hacía... aun cuando la huelga no era legal. Pero había mucha más conciencia de la necesidad de luchar juntos por el bien de todos. Hoy en día me importa más irme de vacaciones una semana a la playa pagando un dineral que la lucha para que la empresa cumpla con la legalidad.
Mi problema, y por el cual viene este artículo y lleva ese nombre, es la actitud general hacia las movilizaciones. Concretamente, hacia los que no las siguen.
No sé cuántas veces habré oído en estos días que hay que entender al que viene a hacer horas. Primero hubo uno que me dijo que no había que llamarlos esquiroles. A ver, óigame usted, pero si se desmarcan de las movilizaciones, son esquiroles. No te gusta la palabra, vale. Pero no me digas que no llame a las cosas por su nombre, o a la gente por lo que es. Y si has decidido que no quieres seguir la movilización de tus compañeros, eres un esquirol. Ya que lo eres, llévalo con orgullo. Defiende tu postura. ¿No tienes tan claro que tienes derecho a trabajar? Defiéndelo. Pero ser un esquirol y encima no querer que te lo llame, es peor que ser esquirol, es ser un renegado.
Precisamente me acerqué uno de los días en cuestión para ver quién estaba haciendo horas (yo estaba de turno en ese momento). Y una compañera me preguntó qué hacía por allí, se lo expliqué. Al fin y al cabo, los compañeros movilizados siempre acaban preguntando quién ha ido a hacer horas, y están en todo su derecho de saberlo. Y obviamente, a los que están luchando por mejoras, a los que están privándose de hacer horas, no les gusta que haya compañeros que no se sumen. Habrá gente que se lo tome mejor y gente que se lo tome peor, pero en general, desagrada.
Mi compañera me dijo que hacer lo que yo estaba haciendo era incorrecto y denotaba intolerancia, que había que entender al que venía a hacer horas (es el nuevo mantra) y que todo el mundo tiene derecho a venir a trabajar si quiere. A pesar de que le expliqué que yo no iba a coartar a nadie ni a decirle a nadie lo que tenía que hacer, que yo solo iba a mirar, a informarme y a informar luego a los demás, la compañera estaba muy segura de que lo que yo hacía estaba mal.
Esta postura está muy, muy extendida, aun cuando hace cien años te hubiera convertido en un apestado.
Lo que parece que esta gente no entiende (o decide no entender) es que no es una cuestión de tolerancia. No es que me moleste que tú vengas a trabajar porque no haces lo mismo que yo o porque no piensas como yo. Es porque en la lucha obrera, si no te movilizas estás torpedeando la movilización. No existe la opción de quedarte a un lado. Si te sumas, das fuerza al movimiento, pero si decides no sumarte, se la restas, porque con tu trabajo estás contrarrestando el efecto de la movilización.
Por eso, los compañeros movilizados quieren saber quiénes son los que no se suman (los esquiroles, por decirlo más directamente). Y no necesariamente porque se les vaya a coartar o a obligar a nada, nada de eso. Pero si sabes que tu compañero está poniendo trabas a la consecución de mejoras por las cuales tú te estas arriesgando, es natural que no te guste, que no quieras sentarte con él a comer o hacerle favores, que no quieras colaborar con él más allá de lo que el desempeño de tu puesto de trabajo te exige. Y tienes todo el derecho a hacerlo.
Según mi compañera, nuestra postura es intolerante. Incluso llegó a decirme que somos insolidarios porque no queremos entender a los esquiroles. Sin embargo, yo tengo claro lo contrario. Estas personas se comportan de una manera sumamente insolidaria, por lo que he comentado antes.
Y por una cuestión que todos pasamos por alto (y sobre todo ellos): si al final se consiguen las mejoras que se han reclamado, ellos también las van a disfrutar. Y eso es lo verdaderamente injusto. Gente que no ha querido mover un dedo, que no ha querido arriesgar absolutamente nada, y que no ha perdido un solo céntimo, va a trabajar con las mismas condiciones que tú, que te has privado de horas extras o que has ido a la huelga, perdiendo días de salario.
A mi compañera le parece mal que no entendamos a los esquiroles. No obstante, dejando de lado la insolidaridad que se desprende de sus actos, creo que existe una evidente carencia de madurez en su postura. Se te ha presentado la elección: vengo a hacer horas extras o no vengo. Doy fuerza a la movilización o se la quito. Me gano mis 13 euros la hora o no me los gano. Al final, decides venir a hacer horas, con todo lo que conlleva para tus compañeros. ¿Encima vas a querer que te traten como si no lo hubieras hecho? Como decía mi madre, to no se puede llevá palante (aquí en Sevilla dicen que teta y sopa no cabe en la boca). Y ya tenemos bastante edad como para saber estimar las consecuencias de nuestros actos. Tomas una decisión, eliges una opción, tendrás que aceptar todo lo que conlleva. Igual que los que nos movilizamos elegimos ser señalados, a cambio de lo que podamos conseguir para todos.
Así que me parece que, por desgracia, la solidaridad hoy en día está mal entendida. No por todos, claro, pero hay demasiada solidaridad con el que no es solidario. Y por eso nuestras condiciones laborales están tomando este camino. En todos los sectores. Si no quieres que te exploten, tienes que luchar. Con todo lo que conlleva, con todo lo que arriesgas. Nuestros bisabuelos lo tenían muy claro. Si se nos olvida lo acabaremos lamentando.