martes, 29 de noviembre de 2016

Elecciones: la dictatorial Cuba y la democrática España

El pasado domingo murió el Comandante en Jefe de la revolución cubana, Fidel Castro. Por supuesto, fue el acontecimiento del día, de la semana, y posiblemente del mes, así que las redes sociales y otros medios desfasados como la televisión se llenaron de opiniones (porque información, poca) sobre el compañero Fidel, su legado, su historia, y sobre el sistema político de Cuba.

Por supuesto, la versión oficial, la de los medios burgueses es que Cuba es una dictadura y Fidel fue un dictador. Con la carga negativa que eso conlleva, claro.

¿Cuál es la realidad del sistema político cubano, más allá de propagandas interesadas?

Es cierto que los cubanos no votaron a Fidel Castro, igual que no han votado a Raúl Castro, el actual Presidente del Consejo de Estado y de Ministros. Los cubanos a quienes votan es a su representante en la Asamblea Nacional del Poder Popular, organizada en distritos uninominales. Es decir, cada municipio elige a un solo representante, igual que ocurre en países como el Reino Unido. Los electores, por lo tanto, deben decidir entre las diferentes personas que se presentan a diputado por su municipio.

Después son estos representantes los que, reunidos en la Asamblea, eligen entre todos a un Presidente del Consejo de Estado. El último elegido fue Raúl Castro, en 2013. Volverá a someterse a votación en 2018.
El presidente Castro no solo es elegido por la Asamblea, sino que además no tiene poderes legislativos. Estos poderes son exclusivos de la Asamblea. Castro no puede imponer ninguna ley que la Asamblea no acepte.

¿Es esto un sistema dictatorial? Vamos a hacer una pequeña comparación. En este caso, con la democrática España.

Los electores españoles eligen, por cada una de sus circunscripciones, sus representantes. Las circunscripciones no son uninominales, sino que dependiendo de su población eligen más o menos representantes. Estos se agrupan en listas de partidos, por lo cual los electores deben decidirse entre diferentes listas cerradas de personas.

Sin embargo, en estas listas no aparece quién es el candidato a Presidente del Gobierno. Aparece el nombre y el logotipo de un partido político.

El sentido común lleva a pensar que la aparición de este nombre y este logotipo en la papeleta significa que estos representantes elegidos, cuando llegue el momento de votar un Presidente del Gobierno, votarán al de su mismo partido. Pero no siempre ocurre esto. Puede ocurrir, como se ha visto recientemente, que los representantes de un partido político colaboren con otro para hacer presidente a uno de ellos. Sobre esto, los electores no tienen ningún control, porque además no existe ningún mecanismo legal para obligar a los candidatos a cumplir sus promesas electorales.

Con lo cual, no, en Cuba la gente no votó a Raúl Castro exactamente igual que en España nadie votó a Mariano Rajoy (salvo los electores de Madrid, que lo votaron como diputado, pero nunca como Presidente). El Presidente del Gobierno de España, desde el régimen de 1978, nunca ha sido votado por los electores porque nuestro sistema no es presidencialista.

El sistema cubano y el español para elegir presidente son, como vemos, muy, muy similares. Pero «Cuba es una dictadura y España no».

Los analistas burgueses y sus partidarios defienden que Cuba es una dictadura porque no tiene un sistema multipartidista. De hecho, en muchos casos afirman que en Cuba no existen otros partidos políticos más que el Partido Comunista. Esto es rotundamente falso. En Cuba existen diversos partidos políticos, como el Arco Progresista o el Partido Demócrata Cristiano.

Estos partidos, sin embargo, no pueden presentarse como tales a las elecciones, porque como hemos dicho, a las elecciones se presentan los candidatos. De hecho, ningún partido va a las elecciones, tampoco el Partido Comunista. ¿Esto hace dictatorial a Cuba? Es un tema de debate, desde luego.

En el sistema político cubano, los candidatos se presentan con su nombre y apellidos. No se hace campaña partidista; en todos los colegios electorales se cuelgan sus nombres y sus currículos, para que los electores se acerquen y lean sobre ellos. Cualquier persona ciudadana puede presentarse a la candidatura; para eso debe ser elegida como candidata por su asamblea local, donde toda la vecindad tiene voz y voto.

En el sistema político español, los candidatos van bajo el paraguas de un partido político, que muy a menudo ni siquiera publicita sus nombres. En las campañas se ven colores y siglas, pero poco se sabe de las personas que van a representar a la ciudadanía. Para presentarse a candidato, uno debe integrarse en un partido político y ser designado candidato por este partido. De lo contrario, debe organizar su propia lista, pero esto no es suficiente, pues dicha lista debe conseguir un número determinado de avales para que se le permita presentarse. Dado que la campaña es partidista y muy mediática, las listas o los partidos con pocos recursos económicos no tienen posibilidades de hacerse visibles y, por lo tanto, nunca son elegidos.

Como vemos, el sistema electoral de Cuba ofrece muchas más garantías para la igualdad de oportunidades que el de España. El motivo por el que siguen llamando dictadura a Cuba y democracia a España está muy claro, y es de clase. En España las elecciones las controla quien tiene el poder económico: la clase burguesa, sobre todo la gran burguesía. El reciente escándalo en el interior del PSOE y las presiones de grandes empresas a Pedro Sánchez no son más que una pequeña prueba. Un sistema como el cubano imposibilita ese tipo de control sobre las elecciones.

Así que antes de llamar dictadura a Cuba, o de decir que no tienen elecciones libres, infórmate mejor. Probablemente tengan unas elecciones más libres que cualquiera de las elecciones en las que participarás jamás.

domingo, 30 de octubre de 2016

La izquierda no es cuestión de carnés

Últimamente veo mucha gente poniendo el grito en el cielo porque los acusan de traidores a la clase trabajadora. Se trata de gente que milita en un partido que cree socialista; gente que incluso se considera socialista, pero que no tiene el menor reparo en tildar de radical, peligrosa y populista cualquier idea, iniciativa o política que intente cambiar el estado actual de las cosas para aliviar la opresión de la clase trabajadora y perjudicar a la burguesía.

Ni merece la pena que mencione el estado de alienación en el que vive esta gente, que en su mayoría pertenece a la clase trabajadora pero ha asumido el marco ideológico burgués de una manera tan efectiva que desconfía de todo aquello que lo ponga en duda.

La cuestión es que estas personas militan en un partido (o simpatizan con él) que abusa del discurso de defensa del trabajador. Pero no, amigas y amigos, ser defensor de la clase obrera no es un título honorífico. Lo que venimos en llamar ser de izquierda no es un título para toda la vida, no es un carné que te dan y conservas hasta el fin de tus días. Ese es un gran engaño de la política partidista. Por mucho que hayas defendido en otro momento políticas que favorecen a la clase obrera, si hoy apoyas a quienes la perjudican, no eres de izquierda. Da igual en qué partido militaras en otros tiempos o a quién pagues la cuota ahora —si pagas alguna—.

Si apoyas que todo el mundo pague los mismos impuestos, no eres de izquierda. (Si apoyas que no se paguen impuestos, tampoco lo eres).
Si apoyas a quien recorta el Estado del bienestar, no eres de izquierda.

Y no es por gusto, ni por capricho, sino porque estas tres medidas perjudican a la clase trabajadora de una manera clara y objetiva. Y son solo tres ejemplos.

Ya otro día, si queréis, hablamos de cómo los partidos social-liberales europeos han secuestrado y tergiversado el significado de socialdemocracia.

jueves, 27 de octubre de 2016

¿Saben lo que implicaría mantener el horario de verano?


Esta declaración va en línea con la que ha aprobado el parlamento balear esta semana, con una argumentación que haría llorar a cualquiera con dos dedos de frente.

Aseguran que «la sociedad moderna necesita que las horas de sol se adapten a su tiempo de ocio» y se quedan tan anchos. Pero es que, además, añaden que «supone un ahorro energético, favorece la desestacionalización turística y dinamiza la actividad comercial, así como facilita la conciliación de la vida laboral y familiar».

Pero qué me estás contando.

Primero, analicemos lo que significa este cambio. Dejamos el horario de verano para todo el invierno, es decir, el País Valenciano y Baleares (y las que se quieran sumar, total, seguro que alguna más lo hace) se quedan con el horario UTC +2. ¿Qué quiere decir UTC +2? Que va dos horas por delante del tiempo universal, el de Greenwich (Londres). Si tenemos en cuenta que el meridiano de Greenwich pasa por ciudades como Castellón de la Plana, Denia y Altea, podemos concluir que el País Valenciano acabaría teniendo un desfase sobre la hora solar de dos horas en invierno (como ya lo tiene en verano). El mediodía será, por lo tanto, alrededor de las 14:00, a las dos de la tarde.

Esto, que no es demasiado problemático en verano, en invierno puede serlo un poco más. Porque no hemos de perder de vista que en invierno los días son bastante más cortos, así que todas las horas de luz que tengas por la tarde no las tendrás por la mañana, y al revés.

Muchos defensores de mantener el horario de verano aseguran que es mejor tener las horas de luz por la tarde, para poder salir a la calle y tomarte una cervecita al fresco. Olvidan un pequeño detalle, que parece estúpido y evidente pero no lo es tanto: mantener el horario de verano no significa mantener el tiempo que hace en verano. Y con la lluvia y el frío no veo que te vengan muchas ganas de estar 'al fresco'.

Y como he comentado, las horas de luz que tengas por la tarde no las tendrás por la mañana. Mantener UTC+2 significa que a finales de diciembre, a las nueve de la mañana estará amaneciendo (la salida del sol será a las 9:22 el día del solsticio). Esto implica que la mayoría de la gente que trabaja en oficinas tendrá que ir a trabajar de noche. La falta de luz provoca accidentes de tráfico. Por otro lado, comenzar el horario de oficina cuando aún es de noche conlleva un mayor gasto energético. ¿Merece la pena tener más luz por la tarde a cambio de esto?

Afirman en la declaración del parlamento balear que el horario de invierno y tener luz por la mañana obedece a decisiones políticas de carácter industrial. Es cierto que industria no hay mucha en las Baleares, porque si hubiera, sabrían que los trabajadores industriales (yo lo soy) trabajamos a turnos y cubrimos todo el día. Tener luz por la mañana es conveniente para la cantidad de gente que trabaja en el sector servicios, que salvo excepciones como la hostelería, trabaja en su mayoría en horario de oficina.

Dicen que se tiene que adaptar la luz al tiempo de ocio y que potencia el turismo. Veo una ligera contradicción entre los dos argumentos. Dejemos a un lado la destrucción ambiental que supone el turismo que se está fomentando en el País Valenciano (en las Baleares es aún peor), y pensemos que queremos potenciar el turismo; mantenemos el horario de verano. Esto hará que más gente se emplee en el sector del turismo, y por tanto... que más gente trabaje atendiendo el turismo, es decir, por la tarde. ¿Cómo se supone que este nuevo horario se adapta al ocio? ¿O es que quieren decir al ocio de los turistas, que ya tienen todo el día libre?

Y, por último, hablan de conciliar la vida familiar y laboral. ¿Se puede conciliar la vida familiar y laboral, si los trabajadores del turismo acabarán de trabajar una hora más tarde gracias a esta hora más de luz que se les añade por la tarde? ¿Estamos teniendo en cuenta otras circunstancias como que, si se mantiene el horario de verano, el prime time televisivo acabará a la 1:30 de la madrugada? ¿Quién llevará a los niños al colegio a las ocho de la mañana? Sabiendo que los niños salen de la escuela a las dos o tres de la tarde, que es cuando muchos trabajadores del turismo comienzan turno, ¿cómo pueden conciliar "la vida familiar y laboral" si no ven a sus hijos casi nunca?

En definitiva: están volviendo a pensar por nosotros y, lo peor, es que incluso los partidos de izquierda se lo han tragado por completo. ¿Cómo pueden Compromís o Més per Menorca apoyar esto? Esta medida perjudica gravemente a la clase trabajadora, por cuanto precariza sus condiciones laborales. ¿Beneficia a los turistas? Pues si hace buen tiempo (que ya es suponer mucho) sí, pero como todo, hacer turismo no es gratis, así que ya sabemos quiénes son los que más turismo hacen.

¿Nos conviene mantener el horario de verano? Rotundamente no. Lo que deberíamos hacer es volver al horario que nos corresponde según el sol: el de Greenwich. ¿No se supone que el mediodía debe ser a las 12?

No quiero acabar sin destacar una cosa: en las declaraciones institucionales balear y valenciana, hablan del error de Franco de alinear el Estado con el horario de Berlín, en lugar de hacerlo con el de Londres. Lo que proponen para arreglarlo, es establecer la hora de Atenas. Os felicito.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Las elecciones gallegas y el inaceptable desprecio a la masa

El domingo pasado se celebraron las elecciones burguesas en dos comunidades autónomas del Estado: en el País Vasco y en Galicia. Y así, como resumen general, no ha habido grandes sorpresas. En el País Vasco los resultados apenas han variado, y en Galicia aún menos.

Los resultados en Galicia han sido, sin embargo, los que más polvo han levantado. Mayoría absoluta del Partido Popular. Después de años de escándalos de corrupción, han vuelto a sacar mayoría absoluta.

Esto, hasta cierto punto, era previsible. Vale, es frustrante que la gente siga votando en masa a una trama de corrupción demostrada y varias veces condenada, pero no vamos a sorprendernos ahora de que los resultados sean estos, ¿no? Que no hemos nacido ayer. Por favor, pero si hace tres meses tuvimos elecciones estatales y el PP subió en votos en lugar de bajar.

De lo que vengo a quejarme no es de que el Partido Popular haya sacado mayoría absoluta, sino de la reacción posterior de la supuesta izquierda, que corrió en masa a insultar a las masas trabajadoras gallegas con los más lindos adjetivos. Que si estómagos agradecidos, que si ignorantes y calificativos peores. Leyéndolos, poco menos que parece que Galicia es un pozo oscuro donde al trabajador le gusta que lo maltraten, lo exploten y se rían de él.

Que esto lo haga la izquierda burguesa progre, mira, pues tampoco me extraña. Al fin y al cabo llevan décadas con ese elitismo intelectual que desprecia al que no se adhiere a sus dogmas equidistantes donde no hay ni burguesía, ni proletariado, ni nada de eso, y todos seremos felices siguiendo a Keynes y apoyando a la pequeña burguesía los emprendedores sin soviets ni esas cosas totalitarias.

Lo que no me parece correcto es que esto lo haga gente que se autodenomina comunista o incluso marxista. ¿Es que de repente vamos a ignorar todos los condicionantes que existen en la sociedad? ¿Todos los factores externos que influyen en la situación real de la clase trabajadora gallega?

Esta visión, disculpad que os diga, es antidialéctica (y por tanto antimarxista). No puede analizarse correctamente la clase trabajadora gallega si se ignora el continuo bombardeo mediático con ideas burguesas y conservadoras, las relaciones de poder en el entorno rural (y el urbano, muchas veces), y... lo más importante, la ausencia de un discurso alternativo que consiga convencer o al menos llegar (y si no la ausencia, al menos su poca fuerza).

Que la ideología burguesa está por todos lados es un hecho. Que puedes encontrar ideologías alternativas, también lo es. Pero a quien no le han llegado o no lo han convencido, no podemos culparlo. La posición de “la información está al alcance de todos”, para culpar al que no la busca, es tremendamente liberal e individualista. No conocemos las circunstancias de todas estas personas que siguen apoyando con su voto a lo más corrupto y reaccionario de los partidos burgueses. Estas personas se encuentran en una situación de alienación, y culparlas por ello es injusto y contrarrevolucionario.

Despreciar a las masas por su alienación no solo es una falta de respeto, sino una tremenda incoherencia para un marxista. No aspiramos a decidir lo que es mejor para las masas sin tenerlas en cuenta, sino a que ellas mismas sean conscientes de sus intereses objetivos. No es nuestra meta romperle las cadenas a nadie, sino que cada uno sea capaz de romper sus cadenas, y que lo hagamos todos a la vez. Y por esto, no nos podemos mantener al margen ante la alienación. La labor de un marxista es hacer didáctica. Es abrir los ojos a la clase trabajadora, es difundir la formación y las ideas que liberarán a nuestra clase de sus cadenas.

En fin, que la clase trabajadora gallega serán, en una alta proporción, esclavos que votan a los amos, ciertamente. Pero no somos nadie para juzgarlos por eso. Nuestra labor es hacerlos ver que entre todos nos libraremos de ellos. Al fin y al cabo, nosotros también somos esclavos, votemos a quien votemos. Somos esclavos del trabajo asalariado. Y solo llegaremos a algo si nos unimos todos, los que los votan a ellos y los que no lo hacemos, porque hacen tanta falta como la hacemos nosotros.

Pensar como individuos es un vicio burgués. ¿Es que no lo hemos aprendido ya?

miércoles, 23 de marzo de 2016

Huelga «para no perder privilegios»

Que la clase obrera ha perdido gran parte de su conciencia, de esa conciencia que nos permitió conseguir los pocos derechos laborales que tenemos, es un hecho que todos conocemos.

Sin embargo, esto se hace muy evidente, muy obvio, cada vez que estalla algún conflicto entre trabajadores y empresarios. Cada vez que los trabajadores de alguna empresa se ven obligados a recurrir a la huelga, tenemos que escuchar siempre lo mismo.

Recordemos un detalle, de vital importancia: nadie hace una huelga por gusto. Las huelgas no se hacen por diversión, no son un entretenimiento. Son la explosión de una situación laboral insostenible. Los días de huelga no se cobran y, en muchas empresas, el trabajador que hace huelga se enfrenta a represalias laborales o acoso.

Aun con esto, cada vez que nos enteramos de que algún colectivo está haciendo huelga siempre tenemos que oír al típico obrero alienado criticando a los huelguistas. Que si viven muy bien, que si son unos vagos, que si tienen muchos privilegios. Los oyes y parece que estás oyendo a un empresario, aunque el que habla sea un muerto de hambre.

Es una de las grandes victorias burguesas sobre los trabajadores: conseguir que asumamos su sistema de valores y que, antes de enterarnos y juzgar las causas de las malas condiciones laborales, criminalicemos y juzguemos a los trabajadores que las sufren y han decidido movilizarse para obtener mejoras.

Hacen huelga con lo bien que viven. Si viven bien o no, quienes tienen que decidirlo son ellos. Ellos son quienes tienen que ir cada día a trabajar, quienes saben con lo que se encuentran y el esfuerzo que les supone hacerlo. No, ni tú ni yo podemos juzgar si viven bien o no.

Hacen huelga porque son unos vagos. Como he dicho más arriba, nadie hace huelga por gusto. Nadie convoca una huelga porque así tiene un día de vacaciones. Precisamente porque la huelga no es para quedarse en casa descansando sino para protestar, para ir a concentraciones, a manifestaciones. E incluso aunque te quedaras en casa, es un día menos de salario que vas a cobrar a fin de mes, un día menos de paga extra, un día menos de cotización. Poca, muy poca gente pasaría por todo eso solo por vagancia.

Hacen huelga porque se lo pueden permitir. Uno de los grandes males de la clase trabajadora: ver que alguien hace huelga y asumir que lo hace porque le sobra el dinero. La gran mayoría de las veces es al contrario: aquel al que le sobra el dinero no suele ver problema en que le empeoren las condiciones laborales. Al contrario, el que decide hacer huelga no es porque le sobre, sino porque sabe que este sacrificio puede conllevar un bien mayor: unas mejores condiciones de trabajo.

Hacen huelga para no perder sus privilegios. El peor ataque de todos: el ver a los trabajadores como privilegiados. Los trabajadores son los creadores de la riqueza. Ningún capitalista podría ganar dinero, aumentar su capital, si no existieran trabajadores que trabajaran para él, es decir, a los que extraerles parte de su trabajo. Considerar que la parte esencial del proceso de producción tiene privilegios es, cuanto menos, clasista, por no decir directamente ofensivo. Un trabajador no tiene privilegios: tiene derechos adquiridos y consolidados mediante la lucha obrera y la negociación. ¿Te parecen privilegios porque tú tienes peores condiciones laborales? Quizá deberías plantearte si precisamente tienen esos privilegios porque se los han currado mediante movilizaciones y acciones colectivas. ¿O es que esperabas que te recompensaran por estar calladito y decir que sí a todo?

Recientemente hemos visto esto en la huelga de la empresa de basuras de Málaga, LIMASA. Dejando aparte la intoxicación de los medios (medios controlados por burgueses, al fin y al cabo), nos hemos encontrado en redes sociales con miles de trabajadores, de gente que no tiene donde caerse muerta, criticando a los trabajadores de LIMASA por su huelga. Esos mismos críticos en ningún momento se han parado a mirar los beneficios que FCC extrae de LIMASA, por ejemplo, ni las condiciones de los directivos. Han ido directamente a atacar y criticar a los trabajadores.

Como diría Alberto Garzón, ¿quién está pensando por ellos? Aunque ya todos sabemos la respuesta. Esta falta de conciencia de clase es la que tenemos que superar para conseguir empoderar al proletariado.

Aquí la única verdad es que los trabajadores de LIMASA, como todos los huelguistas, son unos valientes. Mujeres y hombres que se han hartado de tener unas condiciones penosas y precarias cuando son el elemento esencial de la empresa y de sus servicios. Y si te parece que sus condiciones no son penosas y precarias... permíteme decirte que los únicos que deben juzgar eso son ellos, no tú ni yo, ni cualquier otro observador.

La lucha de los trabajadores de LIMASA y la nuestra como clase trabajadora es la misma, y el único camino es la solidaridad obrera.

jueves, 14 de enero de 2016

El nacionalismo no puede ser de izquierda

El nacionalismo no puede ser de izquierda.

¿Cuántas veces habéis oído esta frase?

Tiene mil variantes:
- El nacionalismo no puede ser socialista.
- Un socialista/comunista/marxista no puede ser nacionalista.
- El nacionalismo es burgués.

Esta última frase es la que contiene la idea principal y la que ha servido de referente para crear toda una serie de prejuicios acerca de lo que es el nacionalismo.

Cuando hablamos de nacionalismo, al menos aquí en Andalucía, ¿qué nos viene a la mente? Si nos vamos a la calle y le preguntamos a cualquiera, lo primero que todos te responderán seguramente sea eso de los vascos y catalanes que no quieren ser españoles. Si los haces elaborar más, el que sea capaz (que por desgracia no son muchos), te hablará de Sabino Arana o de Jordi Pujol. Arana es conocido por sus postulados racistas y ultraconservadores, y a Pujol se le asocian ciertas actitudes xenófobas que, si bien pueden no ser del todo representativas de su ideología y política, desde luego son las que más han trascendido (sus declaraciones de 1958 hablando sobre los andaluces son convenientemente recordadas cada cierto tiempo por la prensa española para desacreditarlo, aunque podríamos hablar de ellas en otro momento porque dan para una reflexión aparte).

Para quien esté algo más leído, nacionalismo no solo es eso, sino que también lo asociará con los movimientos de ultraderecha de los años 20, 30 y 40. No en vano, Hitler, Mussolini y Franco encabezaban ideologías nacionalistas. De ultraderecha, pero fundamentadas en una idea de nación y por lo tanto nacionalistas.

En definitiva, todo esto nos lleva de nuevo a que el nacionalismo es burgués. Pero pasamos por alto algo: decimos que el nacionalismo es burgués porque la idea que tenemos de nacionalismo es, precisamente, el nacionalismo burgués. Ahora, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad dirigida y organizada por burgueses y para burgueses, no debería extrañarnos esto.

Y ahora me dirijo a la izquierda española no capitalista, quien es mayoritariamente la que asegura la frase con la que encabezo el artículo (y sus versiones). Todos tenemos muy claro que vivimos imbuidos de una ideología hegemónica burguesa en cuestiones como la economía o la política. De hecho se supone que nuestro objetivo es sustituir este sistema parlamentario partidista, netamente burgués, por una democracia directa, más representativa. Se supone que estamos en guardia frente a actitudes burguesas de la vida cotidiana y que no nos conformamos con los cuentos de «habéis vivido por encima de vuestras posibilidades» o «para salir de la crisis hace falta recordar». Todas esas patrañas burguesas no nos las tragamos.


Viñeta de Manel Fontdevila. Otro día hablamos sobre ella, porque da para mucho


Sin embargo, la de dejar que la burguesía nos cuente lo que es el nacionalismo, sí, esa estamos encantados de tragárnosla. Hemos partido de la premisa marxista de que los marxistas somos internacionalistas (que lo somos, por supuesto) y hemos dejado que la burguesía la interprete para repetirla nosotros como ovejas. El marxista no puede ser separatista porque el marxismo es internacionalista. En ese caso, ¿por qué no veo a todos esos marxistas exigiendo la unión inmediata de España con Portugal, Francia, Marruecos y todos los demás países del mundo? Si lo primero es el internacionalismo, vamos a empezar por ahí.

«El separatismo beneficia a la burguesía», otra «verdad» que solo lo es porque se ha repetido mil veces. A esto ya respondió Lenin, incluso:

Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico de los liquidadores!
Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución "práctica", mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los priviliegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de "ayudar" a la burguesía nacionalista de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad, es a los rusos ultrarreaccionarios. Ayuda, en realidad, al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los rusos.

En fin, que como explico, por supuesto que el nacionalismo puede ser de izquierda. Claro que, en ese caso, no tiene los mismos principios que el nacionalismo burgués. Y quizá el problema venga del uso del término, quizá deberíamos tener un término diferente para la ideología nacionalista de izquierda. Hay quien ha usado soberanismo, que no me parece mal, pero no soy ningún experto.

Nuestro nacionalismo es de izquierda, es socialista, porque no tiene una perspectiva interclasista. Reconoce la lucha de clases como motor de la historia. Pero, partiendo de un análisis materialista, dado que las condiciones sociales y económicas no son iguales en todos los lugares, el camino al socialismo no puede emprenderse en todos los lugares por igual. Un obrero no sufre las mismas circunstancias externas en Sevilla o en Lugo. Los nacionalistas de izquierda reconocemos esa singularidad cultural y obramos en consecuencia.

Esto no nos quita ni un ápice de internacionalismo. Tenemos en cuenta que un jornalero o un obrero en Cádiz es igual de esclavo que un jornalero o un obrero en Barcelona, en Faro o en cualquier pueblo del Congo, y que en última instancia tenemos que llegar a la liberación colectiva de todos. Pero la clase obrera de cada nación debe seguir sus propios pasos porque solo ellos podrán identificar cuáles hay que seguir.

Al fin y al cabo, para nosotros la nación no es un fin: es un medio. El fin es la desaparición de las clases sociales y finalmente de los estados. La nación solo es un instrumento que nos debe servir para llegar al fin.