Después de las elecciones al Parlamento de Andalucía de ayer, hoy lo único de lo que se habla es de sus sorprendentes resultados: Andalucía hace «historia» por ser el primer parlamento donde consigue representación el partido fascista Vox.
Por supuesto, no podemos negar que es lamentable este hecho, incluso dentro de lo insatisfactoria que puede ser la democracia burguesa para la gente de nuestra clase. Pero las reacciones en muchos casos no han estado al nivel de lo que las circunstancias requieren.
Primeramente, no han faltado las reacciones aludiendo al nivel intelectual de los integrantes de Vox o de sus votantes. Bien, los integrantes del partido fascista Vox no son idiotas. Es muy peligroso pensar esto así que redundaré: no son ningunos imbéciles. Al contrario: es gente con unos intereses muy claros y que se ha organizado en un partido para llevarlos a cabo. Y no solo eso: ha convencido a 700.000 personas para que los vote. Pensar que la extrema derecha es imbécil por mantener postulados fascistas es una postura muy infantil, y sobre todo peligrosa, por cuanto subestima el daño que pueden hacer estas personas.
¿Y sus votantes? No, por supuesto que no. Las 700.000 personas que han obtenido el voto de la ultraderecha son muy diversas. Pero no, tampoco hay que caer en el infantilismo de pensar que son ignorantes o que no saben lo que han votado (o, al menos, no más que los votantes de otros partidos).
Dicho esto, las opiniones se dividen, fundamentalmente, entre las que culpan sobre todo a la izquierda y las que no la culpan tanto.
¿Quién ha votado a Vox? Está claro que el voto es transversal y no se puede decir que solo hayan cosechado votos de un tipo de votante determinado. Sin embargo, se comprueba que han obtenido mejores resultados en las demarcaciones de mayores rentas y de voto tradicionalmente derechista. ¿Ha habido obreros que han votado a Vox? Por supuesto, pero tenemos motivos para pensar que el grueso de sus votos provienen de burgueses o de trabajadores con una buena posición económica.
Los que más culpan a la izquierda no paran de repetir una consigna que se ha convertido casi en dogma. «Los obreros han abrazado a la extrema derecha porque la izquierda no habla de sus problemas». «La izquierda solo habla de luchas identitarias y ha olvidado los problemas de la clase obrera». «La izquierda se dedica al posmodernismo». Yo aquí solo veo dos opciones: ignorancia o mala fe. O las dos a la vez.
Ignorancia porque no es cierto que la izquierda no haya hablado de los problemas de la clase obrera. El discurso de la izquierda socialdemócrata (Adelante Andalucía) se ha centrado precisamente en empleo, vivienda, sanidad, educación, servicios públicos. Y porque, como hemos visto, tampoco está tan claro que la clase obrera haya abrazado a la extrema derecha.
Y mala fe porque se recurre a la falacia de la falsa dicotomía. Quien esgrime estas excusas da protagonismo a la lucha por los temas identitarios, a la que es cierto que se dedica la izquierda, como si esta invalidara o impidiera la lucha principal, la obrera. No, no es así. Pero parece que las luchas por la dignidad LGTB, la lucha feminista o el ecologismo escuecen en algunos sectores de la izquierda. Hay tiempo para todo y, si bien es cierto que la lucha obrera es la más importante de todas, también es cierto que ha ocupado el centro del discurso de la izquierda.
¿Es que la izquierda no se ha equivocado? ¿No podría hacerlo mejor? Pues a la vista de los resultados, está claro que sí. Y no hablo solo de la socialdemocracia, sino más aún del marxismo leninismo. La estrategia tomada hasta ahora no está funcionando.
Pero tenemos que saber las cartas con las que jugamos. Tenemos unos medios de comunicación que se han encargado de aupar a Vox y de ningunear a la izquierda. Recordemos que Vox disfrutaba cada día de minutos en las noticias aun careciendo de presencia parlamentaria y habiendo recibido menos votos que los animalistas en las anteriores elecciones; mientras tanto, las acciones de campaña de la izquierda socialdemócrata apenas han aparecido en los boletines. Este empujón mediático ha tenido mucha culpa en la aparición de la extrema derecha en el parlamento.
Y no solo ha ocurrido esto en los medios de comunicación tradicionales. En redes sociales el discurso de Vox ha calado más. También es cierto que su discurso es mucho más sencillo y apela al sentimiento más que a la racionalidad: centrar su campaña en la defensa de España frente a las amenazas internas (separatismos) y externas (inmigración) les ha servido para ganarse la confianza del sector más nacionalista de la clase obrera. Al discurso del odio y el miedo se le ha sumado la falta de escrúpulos: está claro que quien fomenta el racismo y la xenofobia no va a tener ningún problema en inventar sucesos y distribuirlos por redes (principalmente WhatsApp) para hacer que cale su mensaje, y así ha sido.
La izquierda va a tener que currárselo mucho si quiere que su discurso, basado en la clase y más complejo que el de la derecha, supere el poder de convicción del odio y el miedo. Pero es algo que tenemos que empezar a hacer ya, porque el fascismo ya ha despertado y va a por nosotros. Detrás de su banderita y de su discurso de «orden» no solo esconde el odio al inmigrante, sino también a las mujeres, a los homosexuales y a los rojos. Y no van a dudar en hacer lo posible para ponernos donde quieren que estemos. Los años 1930 ya nos lo dejaron claro.